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PRINCIPALES VICTORIAS

  • Tour de Francia: 1906 - 5 etapas

RENÉ POTTIER (1879 - 1907)

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       Madrugada del miércoles 4 de julio de 1906. Velódromo Buffalo de París. Los noctámbulos parisinos de la época asisten a combates de boxeo, carreras ciclistas en tándem y bailes organizados con el fin de amenizar la espera hasta la salida de la cuarta edición del Tour de Francia, que tendrá lugar a las cinco de la mañana. Entre los corredores desfilan los tres máximos favoritos: el reciente vencedor de la prueba más importante del calendario del momento, la Burdeos-Paris, Marcel Cadolle... El vencedor del Tour de Francia del año anterior, Louis Trousselier... Completa la terna de candidatos René Pottier, el hombre que consiguió escalar en primera posición el primer puerto que se ascendió en la historia del Tour de Francia un año antes, el Ballon d’Alsace.

     

       Emile Georget gana la primera etapa y es operado de dos forúnculos al día siguiente. La segunda etapa comienza a la una de la madrugada, con un ciclista-piloto guiando al pelotón, iluminado por los faros de un Pipe en la opacidad de una noche sin luna. Passerieu y otros ciclistas adelantan al coche y desaparecen en segundos. Algunos vuelven a aparecer media hora más tarde reparando los pinchazos sufridos a causa de una calzada plagada de clavos que los habituales "graciosos" de imaginación limitada han esparcido por la ruta. Émile Georget y Lucien Petit-Breton encabezan la prueba hacia las 6 de la mañana, con cerca de quince minutos de ventaja sobre Pottier. 80 kilómetros después la ventaja se ha reducido a sólo tres minutos. A mediodía Petit-Breton sigue por delante de Pottier, pero cuando quedan 8 kilómetros para la llegada es atacado por los calambres. “He empujado con todas mis fuerzas -dirá Pottier- sin levantar la cabeza desde Douai hasta Nancy. Al principio he pinchado como la mayoría de mis compañeros, a causa de esos malditos clavos que han sembrado esos bandidos que nunca podremos desenmascarar. Incluso he debido pinchar más que la mayoría, porque diez kilómetros después de salir no tenía más neumáticos de recambio. He tenido que hacer 20 kilómetros sobre la llanta. En Cambrai era el 22º. Tal y como he andado debería estar ahí hasta el final, y si mi legendaria mala suerte me abandona, podremos ver algo de aquí a París.” En la tercera etapa Pottier va descolgando uno a uno a sus competidores en el Ballon d’Alsace. Los últimos en ceder son Passerieu y Ringeval, y finalmente Pottier llega solo a la cima del puerto, que sube en algo más de 27 minutos, a una velocidad media de 20 kilómetros por hora. Quedan 250 kilómetros para la meta, a la que llega con una hora de ventaja sobre el pelotón. En la cuarta etapa Petit-Breton atropella a un perro, Trousselier derriba a un cartero y en meta Pottier se impone  con un cuarto de hora de ventaja sobre Cadolle. En la quinta etapa Pottier vuelve a poner un ritmo sostenido en la Côte de Laffrey, y tras 230 kilómetros en solitario llega a Niza con media hora de ventaja sobre el segundo, consiguiendo su cuarta victoria de etapa consecutiva. A pesar de que todavía quedan ocho etapas por disputarse, con el sistema de clasificación por puntos implementado en 1905, el resto ya sólo corre para la segunda plaza.

     

       El ocho de septiembre de 1906 a las 18 horas da comienzo la más prestigiosa competición de resistencia en el Velódromo Buffalo de París, el Bol d’Or. Mientras el resto de pruebas ha sufrido profundas modificaciones evolutivas, el Bol d’or es la única carrera que en 1906 permanece fiel a sus orígenes tal y como se creó en 1894: 9 ciclistas compiten durante 24 horas seguidas sobre la pista tras 80 equipos de liebres en tándem que se van turnando a lo largo del día. La participación es una de las mejores de su historia: el vencedor de la Burdeos-París, Marcel Cadolle; el vencedor de la París-Roubaix, Henri Cornet; el recordman de la hora y vencedor del Tour de Francia en la categoría de bicicletas poiçonnées o plomadas, bicicletas precintadas que eran controladas cada día en seis puntos de su estructura para evitar cambios, el “argentino” Lucien Petit-Breton, que además está a punto de terminar su servicio militar; el vencedor del Tour de Francia y prácticamente invencible en pista en competiciones tras liebres humanas, René Pottier; el vencedor del Tour de Francia de 1905, Louis Trousselier. Complementan a los favoritos ciclistas sobradamente conocidos como Augustin Ringeval, Samson, Anton Jaeck y Léon Georget.

     

       Superando a Georget, Pottier se pone en cabeza cuando se llevan disputadas cuatro horas, lugar que no abandonará en el resto de la prueba, a pesar de sufrir calambres estomacales durante más de diez horas sin que ningún gesto le delate. Dieciséis horas después del inicio, a las nueve de la mañana, todos los ciclistas siguen en carrera. Cornet, con las rodillas maltrechas, y Petit-Breton, con falta de entrenamiento, son los primeros en abandonar  a falta de ocho horas para finalizar. El calor es insoportable y va minando las fuerzas de los ciclistas. Cadolle, con malestar general, abandona dos horas después, tras sufrir dos caídas que le conducen a la enfermería. Se reincorpora a la pista, pero opta por la retirada poco después. Finalmente Pottier recorre 925 kilómetros y 200 metros sobre su bicicleta Peugeot, superando en casi 73 kilómetros el antiguo récord de Petit-Breton. René Pottier se consagra definitivamente ante más de 25.000 espectadores, obteniendo un reconocimiento que traspasa las fronteras del ámbito ciclista.

     

     

     

  •    El viernes 25 de enero de 1907 Pottier parece seguir su rutina de preparación para la temporada que se avecina. La víspera habla con su mánager, Alibert. Mientras juegan a las cartas Pottier le dice que quiere correr todo, desde la París-Roubaix hasta cualquier carrera en el Buffalo cuando abra sus puertas. El Tour de Francia volvería a ser un gran objetivo… Horas después desayuna mientras lee los diarios, remarcando que L’Auto no habla aún de la Paris-Roubaix. Promete a su joven esposa que por la noche acudirán al Teatro Déjazet para disfrutar de la obra “Tire au flanc.” Preparan el menú del mediodía, y recomienda a su embarazada compañera desconfiar de los automóviles cuando acuda al mercado. Después, hacia las diez y veinte de la mañana, acude paseando a un local de Levallois donde los ciclistas de la zona guardan sus bicicletas, debe preparar la suya y la de su hermano para empezar ya con el trabajo serio. Tarda más de una hora en recorrer una distancia que normalmente hace en menos de cinco minutos, y llega al hangar hacia las once y media. Había avisado a su familia de que iba a ir al Bosque de Boulogne para ver si se podía patinar en el lago, pero nunca pasó por allí. Acude a recoger la llave de la nave a la tienda de un comerciante de vinos que vive justo enfrente. Una joven le deja la llave en el mostrador, pero Pottier parece absorto… “¿A qué espera, Señor Pottier? Ahí tiene la llave… Oh, sí, la llave… Gracias, gracias.” René atraviesa la calle y cierra la puerta con doble giro poco tiempo después. En el techo del taller su bicicleta pende de una cuerda atada a un gancho. Coge la bicicleta y la deja apoyada sobre un banco de trabajo. El siempre hierático Pottier, el hombre que nunca desfallece, el hombre que nunca ríe, que tiene el mismo rictus tanto en una sala de masaje como en el más rudo de los esfuerzos escalando el Ballon d’Alsace, se sube a un taburete y a una caja de madera y ata alrededor de su cuello la misma cuerda que sujetaba su bicicleta.

     

       A la una del mediodía su esposa empieza a preocuparse ante la ausencia de su esposo. Acude al hangar pero la puerta está cerrada. Le llama, pero nadie responde. Se retira y regresa a su casa con el corazón encogido, con el presentimiento de que algo le había pasado. Su entrenador Barthélemy descubre su cuerpo colgado de un gancho hacia las tres de la tarde: “Hacia las dos de la tarde yo llegué a la calle Chaptal y no encontraba la llave. El comerciante de vinos me dijo que el Señor Pottier debía haberla guardado en su bolsillo, o quizás todavía se encontraba trabajando en sus máquinas, ya que no le había visto salir. He ido al domicilio de René, pero no había regresado, se creía que estaba conmigo. Yo necesitaba entrar a la nave, y estaba dispuesto a derribar la puerta o a avisar a un cerrajero para abrirla. Antes de recurrir a ello miré por el ojo de la cerradura y no vi nada anormal. Pasé a la parte trasera del edificio y subí a un muro. Desde allí pude ver la totalidad del taller y vi aterrado cómo el cuerpo de nuestro pobre camarada se balanceaba en el vacío. Di un salto y corté la cuerda, pero lo que vi caer a mis pies fue un cadáver, ya frío.”

     

       Tras la investigación policial su cuerpo fue trasladado a su casa, donde su habitación se transformó en capilla ardiente. En el lecho de muerte de René , su madre se dirige a su segundo hijo: “Júrame que nunca volverás a montar en una bicicleta. Nunca… Nunca… ¡No quiero!”

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