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PRINCIPALES VICTORIAS

  • París-Niza: 1952
  • Milán-San Remo: 1951
  • Tour de Flandes: 1955
  • París-Roubaix: 1956
  • Giro de Italia: 2 etapas
  • Burdeos-París: 1959
  • Dauphiné Libéré: 1955
  • Tour de Francia: 1953, 1954, 1955 - 11 etapas
  • Mundial: 1954
  • Giro de Lombardía: 1951
  • G. P. de las Naciones: 1952

LOUISON BOBET (1925-1983)

  •    “Yo seguía por la prensa y la radio el Tour de Francia y todas las grandes pruebas, y profesaba una verdadera adoración a René Vietto. Compraba la mayoría de revistas de deporte y tenía mi habitación tapizada con imágenes de los campeones de la época. Yo también quería convertirme en corredor ciclista, un campeón que recibiría cartas de sus admiradores… Pero en cuanto pensaba un poco, me decía que había que estar loco para acariciar esos sueños…

     

       Poco después de obtener mi certificado de estudios mi padre me dijo que íbamos a ir a Rennes para algo muy importante. Me llevó delante de una tienda de bicicletas y apenas pude contener mi felicidad… ¡Mi primera bicicleta! De repente fui atrapado por el pánico… ¿Y si mi padre me iba a comprar una bicicleta de turismo, con grandes neumáticos, guardabarros, faros, un manillar recto? Pero él me señaló una bicicleta de carreras. Me preguntaba si estaba soñando: tocaba con cuidado las llantas de duraluminio, apretaba las manetas del freno, contaba las velocidades del cambio… Fui la envidia de mi pueblo… Un chaval de 12 años poseyendo un tesoro como ese, no era lo normal en el campo. Esa misma tarde, rodeado de algunos amigos que llevaban unas viejas bicis destartaladas, fui a dar mis primeras pedaladas en la carretera de Rennes… Me parecía que mi bicicleta volaba, hasta que quedé asfixiado por el esfuerzo. Me di cuenta de que la mejor máquina del mundo no evitaba el desfallecimiento a quien no sabía utilizarla con control. Qué importa, yo era feliz… Desde ese día no tuve un placer más grande que mis sesiones de entrenamiento sin método, feliz de constatar que había conseguido bajar unos segundos en el recorrido que había elegido.

     

       Mi ídolo local era el bretón Jean Fontenay, de Dol. Una vez vino a disputar y ganar el Gran Premio de Saint-Méen. Pude acercarme y hablar con él. Se interesó por un neófito como yo e incluso me aconsejó utilizar un sillín más apropiado… Me dijo que me traería uno cuando pasase por aquí. Pensé que era una vaga promesa, pero cumplió su palabra y un día me lo trajo en un entrenamiento. En 1939 yo tenía 14 años y el Tour llegó a Rennes, y el maillot amarillo no era otro que mi amigo Jean Fontenay. Mi padre me autorizó a hacerle una visita. ¡Qué emoción sentí al entrar en la habitación de una vedette del Tour, el maillot amarillo!

     

       Unas semanas después estalló la guerra… Adiós a la bicicleta y a los maravillosos proyectos. Lo único que se podía hacer era trabajar duramente en la panadería de mi padre para que no faltase pan en el pueblo. Mis padres habían sido tan buenos conmigo que era feliz por contribuir con mi trabajo a la buena marcha de su comercio. El ciclismo estaba en letargo: no se podían encontrar neumáticos, el material de carrera casi no existía, los maillots eran de fibra y costaban una fortuna.

     

       Sólo tres años después, en 1942, pude alinearme en una pequeña prueba en Montauban, a 12 kilómetros de mi casa. Era un circuito de 6 kilómetros al que había que dar cinco vueltas. Mi madre me pidió hacerle un croquis. Me dijo que había un punto peligroso, por donde pasaban coches que venían de Rennes. Le dije que no había problemas, que habría un controlador. Llegó el día, y mi padre consiguió, no sé cómo, dos tubulares nuevos, que pegó cuidadosamente porque yo, me da vergüenza reconocerlo, no podía hacer que girasen en redondo. Mi padre me dijo que no malgastase fuerzas hasta que los demás comenzasen a flaquear, y que si algún otro se iba yo debía lanzar la persecución, pero sin tirar demasiado tiempo, dejando que otros también lo hiciesen. Necesitaba todos esos consejos, si sólo hubiera escuchado mi propio temperamento hubiera atacado desde el disparo de salida.

     

       No había dado ni una sola vuelta y ya había pinchado la rueda trasera. Mi padre seguía la carrera en coche y se bajó para ver los daños. Me dijo que lo reparase, yo intentaba protestar, era inútil en una distancia tan corta. No discutas, repáralo… Debía hacerlo solo, y sentirme espiado me complicaba aún más la tarea… Mi falta de habilidad, la lentitud de mis movimientos, mis manos atrapadas en el cambio, mis dedos nerviosos luchando contra la válvula del tubular de recambio… Sin duda hacía exactamente todo lo que había que hacer para no ser rápido. Mi padre me dijo después de la carrera que había tardado más de cuatro minutos. Mientras inflaba la rueda sólo pensaba en que, al pasar con tanto retraso, iba a quedar como un inepto ante todos los que habían ido a verme. Mi padre me dijo que me lo tomase como una contrarreloj, y es lo que hice. O mis adversarios no me temían demasiado o no poseían un espíritu combativo extraordinario… Tres vueltas después les atrapé, y me arriesgué a un todo o nada. Demarré y gané. No sabía quién estaba más feliz, yo o mi padre… Mi madre había movilizado a toda la familia y se habían puesto en el famoso punto peligroso con todo lo que se podría haber necesitado: vendas, esparadrapo, pomada, agua oxigenada…"

  •    "Luego he besado el suelo en bastantes ocasiones, ensangrentado y con la carne atravesada por las piedras, pero afortunadamente mi madre no estaba ahí. En mayo de 1943, con mi licencia de debutante, me alineé en la salida de la carrera departamental Premier Pas Dunlop, donde sólo competía quien no tenía ningún pasado deportivo. Me clasifiqué cuarto, y los seis primeros podían disputar la interdepartamental, el sueño de miles de ciclistas en ciernes… ¿En qué se sustenta a veces la carrera de un deportista? Si hubiera sido eliminado, no hubiera insistido y habría orientado de otra manera mi actividad deportiva. Fui segundo en la interdepartamental de Rennes, y podía viajar a Montluçon para encontrarme con los mejores debutantes de Francia.

     

       Cuando se dio la salida yo estaba muy impresionado, y el recorrido no tenía nada que ver con los fáciles circuitos de los alrededores de Saint-Méen, con una pequeña subida de 6 kilómetros que me ponía los pelos de punta. Algunos de los chicos que me rodeaban parecían verdaderos debutantes, pero otros, con las piernas afeitadas y bronceadas, me parecían tan experimentados como los profesionales. Les escuchaba hablar de desarrollos, de masajes, de táctica, y yo me sentía un poco perdido y, por decirlo así, algo torpe. Me sentía un poco solo, aislado en un pelotón de gente que, era mi impresión, tenía más nivel que yo. Sin embargo iba aguantando sin sufrir demasiado. En las subidas remontaba 40 o 50 posiciones llegando desde atrás, a base de un gran desgaste, pero luego volvía a perderlas en los descensos.

     

       En la salida me habían hablado de un chaval larguirucho, afilado como un cuchillo y con largas piernas poco musculadas… Era de Clermont-Ferrand y se llamaba Géminiani. Durante la carrera puse el ojo en el tal Géminiani, pero a pocos kilómetros de la llegada salió como un cohete y nos cogió 300 metros en un abrir y cerrar de ojos. Me puse a tirar y no pedí ningún relevo, con mis adversarios encantados. Cuatro de ellos me batieron al esprint y quedé sexto. Géminiani nos sacó cuatro segundos.

     

       Me fui alineando en varias pruebas regionales, sin gran éxito. Todavía me quedaba mucho camino por recorrer. La mayoría de corredores que encontraba eran demasiado fuertes para mí, tenían una formación ciclista de la que yo carecía y sus demarrajes me dejaban sin reacción. Llegué a preguntarme si no perdía el tiempo insistiendo en un deporte para el que, aparentemente, yo no estaba particularmente dotado.

     

       Fui incorporado al 41º Regimiento de Infantería, en Rennes, y tuve la suerte de tener jefes deportistas que me autorizaron a seguir con mi entrenamiento, a pesar de mi casi nula notoriedad. En las carreteras bretonas había pelotones enteros de corredores con el mismo valor que Bobet. En noviembre de 1945 era libre y retomé el entrenamiento con más seriedad en la primavera de 1945, alargando la distancia de mis salidas, en recorridos cada vez más difíciles, y constaté que mi resistencia era cada vez mayor.

     

       Mi padre me animó a correr el campeonato regional. ¿Por qué no? ¿Qué podía perder? El recorrido era duro, con repechos que no terminaban nunca y con el viento como adversario. Lo intenté, pero se llegó al esprint. Creí haber ganado, pero fui batido por un tubular por Scardin… ¡No importa, me había clasificado para el campeonato de Francia en ruta en París!

     

       Un tío mío, carnicero en Saint-Mandé, me acogió en París. Conociendo el final, me empeñé en repetir una y otra vez la entrada a la pista municipal donde debía jugarse la llegada. Todos los cracks parisinos estaban allí, desde Baldassari hasta Marinelli, pasando por Rioland, Ferrand y tantos otros… Sabía por los periódicos que estaban acostumbrados a la victoria, que iban rápido, que subían bien las cuestas… No me encontré con ninguno de ellos entrenando los días precedentes a la prueba, y me hubiera gustado comprobar si eran tan terribles como decían. Después de todo, esos chicos no tenían más que dos piernas…

     

       La distancia era de 175 kilómetros, y mi consigna era no precipitarme a pesar de las numerosas tentativas de fuga. Al final del recorrido se pasaba por el valle de Chevreuse, que yo no conocía, y un hombre estaba todavía delante, el veterano Marcel Bidot, de Troyes. Alrededor de 20 kilómetros después fue neutralizado por Imbert, Laborderie y… por un servidor. Teníamos que subir el repecho de Bièvres, con pavés de la época de Luis XVI y me di cuenta, por primera vez, que los que me acompañaban no estaban tan católicos como para responder a un demarraje, y había dejado pasar la ocasión. El resto fue como un sueño… Cruzamos la periferia sur de París y llegamos enseguida a la pista de Vincennes, el único lugar del recorrido que yo verdaderamente conocía.

     

       El maillot no me llegaba al cuello, tenía la posibilidad de ser campeón de Francia. Frené mis ardores y dejé que Imbert lanzase el esprint desde muy lejos. Sólo tuve que adelantarle en la última recta, totalmente emocionado, sin creer lo que veían mis ojos. Todos los fotógrafos que esperaban los últimos golpes de pedal iban a ver a Louison Bobet en sus negativos. Yo era campeón de Francia. Amateur, pero campeón de Francia.”

     

     

       "El mejor recuerdo de mi carrera es mi campeonato de Francia amateur, en 1946. Estaba loco de alegría cuando me colocaron el maillot tricolor."

                      Louison Bobet, para But et Club, 14 de abril de 1952.

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