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PRINCIPALES VICTORIAS

  • París-Roubaix: 1903, 1904
  • Burdeos-París: 1903, 1905
  • Tour de Francia: 5 etapas

HIPPOLYTE AUCOUTURIER (1876- 1944)

  •    Fundada en 1891 por el Véloce-Club Bordelais,  la Burdeos-París reunía a la flor y la nata del ciclismo, llegando a ser considerara como el campeonato mundial de la época. El primer vencedor, el inglés Mills, cubrió los 589 kilómetros de los que constaba la prueba en 26 horas y 35 minutos. En 1896 Gaston Rivierre, que había llegado segundo a menos de dos minutos de Arthur Linton, efectúa una reclamación tras la equivocación del inglés en un tramo del recorrido. Los comisarios declararon vencedores ambos ciclistas. En 1899 se empieza a disputar en la modalidad tras coche, y Constant Huret establece el récord de la prueba con un tiempo de 16 horas y casi 36 minutos. Los organizadores deciden revertir la norma, y la carrera vuelve a disputarse de la forma original, donde el ciclista que podía permitírselo iba acompañado de otros ciclistas que, a modo de liebres, por turnos, iban marcando su ritmo. En cualquier caso, el fraude estaba a la orden del día: muchas veces esos acompañantes no sólo marcaban el ritmo… Además de las típicas ayudas en forma de empujones, se llegó a ver a ciclistas que unían su manillar al sillín de un tándem que le precedía por medio de una cuerda, la cuerda de arrastre, alcanzando altas velocidades con escaso desgaste.

     

       El interés que suscita la prueba va en aumento con el paso de los años. En 1901, 27 ciclistas toman la salida. Mientras una trompeta anuncia su llegada, Lucien Lesna, que es cabeza de carrera prácticamente desde el inicio, es aclamado por 15.000 gargantas en el velódromo del Parque de Los Príncipes, tras recorrer los 594 kilómetros en 21 horas y 54 minutos… Bajo los sones de la Marsellesa, tras Lesna, dos coches dan también las dos vueltas reglamentarias al velódromo… Sobre ellos, las bicicletas de recambio de Lesna, las bicicletas de sus compañeros, ropa, comida… Un médico, el doctor Dedet, le toma el pulso poco después de bajarse de la bicicleta: 65 pulsaciones por minuto… Desde mitad de carrera la lucha se había ceñido a tres hombres: Lesna, siempre en primera posición, y Aucouturier y Jean Fischer, que le siguen de cerca hasta el kilómetro 455, a aproximadamente 15 minutos. A partir de entonces las distancias empiezan a ampliarse y Aucouturier y Fischer, que llegan juntos, han perdido ya más de una hora y diez minutos en relación a Lesna. Aucouturier, hombre velocísimo, se impone en el esprint por la segunda plaza. Aucouturier, tras una carrera extraordinaria, lamenta, en un mar de lágrimas mezcladas con polvo y sudor, la resolución final: “Si hubiera tenido la asistencia del otro, yo hubiera ganado la Burdeos-París. He sido segundo pero he merecido ser primero. ¡Es injusto, es indigno!” Fischer, a su lado, le compadece: “¡Vamos, no llores! Al menos 1000 francos son para ti. Yo me quedo con 400. Si no hubieras perdido tiempo rizando tu mostacho, le habrías batido!” El mérito de Aucouturier, que ha hecho toda la carrera sin ayuda de ningún tipo, no pasa desapercibido y saca a la luz las desigualdades materiales con las que cada participante afronta la prueba.

     

  •    Tras debutar en el profesionalismo como independiente en 1900, Hippolyte firma con la marca de bicicletas Crescent en 1901. Tras un 1902 marcado por unas fiebres tifoideas, no aparece como favorito en la salida de la París-Roubaix de 1903. A la entrada del velódromo dos hombres marchan destacados: Aucouturier y Claude Chapperon, que marcha en cabeza. En aquellos años los ciclistas debían cambiar su bicicleta a la entrada del velódromo, y cumplimentar las últimas tres vueltas con una bicicleta de piñón fijo. Chapperon se equivoca y coge la bicicleta preparada para Trousselier. Hasta coger la suya pierde un tiempo precioso, que intenta recortar, acercándose a Aucouturier en la segunda vuelta, sin lograr alcanzarle. Finalmente Hippolyte se impone con dos segundos de ventaja: “¡Soy feliz, pero feliz como nadie puede imaginar! Sabía que estaba en una forma espléndida y que podía ganar. Pero este año había tantos vencedores posibles que presentía que la batalla iba a ser durísima. Además, en esta carrera puedes quedar fuera de combate con bien poco. Por fin he ganado una gran prueba clásica después tener que contentarme a menudo con plazas de honor. Géo Levèfre, el periodista deportivo, había escrito que la carrera no era lo suficientemente larga para mí y que no podría ir lo suficientemente rápido, etc., etc. Ni siquiera me colocaba entre los cinco primeros. Eso me ha motivado en los momentos más penosos de la carrera.  En el control de salida le he dicho que estaba equivocado y que íbamos a verlo. Le he vuelto a ver en la subida a Ennery y le he gritado: ¡Veremos, veremos! Él lo ha visto.” Chapperon sólo lamentó su cambio de bicicleta a la entrada del velódromo: “Yo tenía la carrera ganada, pero me tomaré la revancha.”

     

       Un mes después de triunfar en la París-Roubaix, Aucouturier se presenta en la salida de la Burdeos-París como, esta vez sí, favorito. Bajo la luz lunar, Emile Georget encabeza la prueba al pasar los primeros 200 kilómetros, seguido de cerca por Aucouturier. Es media noche, y el retraso acumulado de Trousselier y Pasquier se acerca a los veinticinco minutos. Muller es quinto a casi cuarenta y cinco minutos de la cabeza, tras cambiar cinco veces de bicicleta. A pocos kilómetros de Poitiers, tras recorrer casi 235 kilómetros, Georget sufre un pinchazo, que aprovecha Aucouturier para colocarse en cabeza y dar orden a sus liebres de acelerar el ritmo. Durante diez kilómetros Georget se agarra a su bicicleta con todas sus fuerzas intentando no ceder ante el impulso del clan Aucouturier, pero comienza a perder tiempo ante el Hércules de Commentry, que pasa en cabeza en el control de Châtellerault, kilómetro, 268. Georget, con muestras de debilidad, ya marcha a diez minutos. La liebre Trippier marca el ritmo de Trousselier. El tiempo empeora, la lluvia hace su aparición y una calzada en pésimo estado convierte en tortuoso el desplazamiento de las bicicletas.

     

       Aucouturier pasa primero por el control de Sainte-Maure, kilómetro 304. Son las tres de la mañana. Trousselier es segundo a media hora. Georget va algo más retrasado. Algunos ciclistas son vistos en pleno paseo automovilístico nocturno por las carreteras francesas, con las consiguientes reclamaciones. Campeones como Garin y Wattelier acompañan a Pasquier, cuarto, pasadas las cuatro de la mañana. Trousselier alcanza a Aucouturier y pasan juntos por Amboise, kilómetro 363. Son casi las cinco y media de la mañana. Georget pasa a un cuarto de hora y sólo le queda una liebre. Pasquier firma 35 minutos después, pero manifiesta que “¡la carrera no está terminada!”

     

       Los ciclistas, empapados y cubiertos de barro, llegan a Blois, kilómetro 400. Son las 6 horas 45 minutos. La lluvia remite. Georget, recuperado, pisa los talones del dúo de cabeza. La lucha entre los tres primeros es implacable. En el kilómetro 455, a su paso por Orléans, Georget sólo tiene un retraso de ocho minutos, y parece el hombre más fresco. No obstante, es Aucouturier el que lanza una ofensiva cuando Georget se acerca a los tres minutos, llegando al kilómetro 500. Trousselier desfallece tras su paso por Dourdan, kilómetro 533. Agotado, cede ante el empuje de Aucouturier. Georget no logra enlazar y finalmente da por perdida la batalla. A su llegada a París, a la una y media del mediodía, Hippolyte, tras recorrer 589 kilómetros en 20 horas y 11 minutos, afirmó tener “otros 600 kilómetros en sus piernas.” Trousselier es segundo ocho minutos después y Georget tercero, a 21 minutos. Pasquier llega dos horas después el vencedor. Muller, quinto, termina a más de cuatro horas y media.

     

       “La Burdeos-París de 1903 -dice Hippolyte Aucouturier años después- fue seguramente la carrera más dura que he disputado. ¿Por qué? Primero por el clima, la carrera se desarrolló bajo un tiempo atroz: lluvia incesante y un fango que se empantanaba justo por encima de la llanta. Durante más de 300 kilómetros tuve, es una forma de decirlo, los ojos casi cerrados a causa del barro. Tuve cinco o seis caídas, una en Poitiers, en los raíles del tranvía: rodilla abierta, pierna hinchada, bueno, todo lo que se necesita para sufrir de lo lindo. Además, ese año la carrera fue muy rápida: se fue a una velocidad endiablada dese la salida, y se mantuvo el ritmo hasta el final.”

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